Muchas cosas han cambiado desde entonces (tengo que admitir que me equivoqué, ahora no pienso lo mismo, mi hermano tenía razón). El leerlo me ayuda a recordar que las cosas PUEDEN cambiar, no sólo uno mismo.
EL CIRUELO
En el huerto de mi casa había un ciruelo.
Cada
vez que florecía llamaba mucho la atención puesto que un manto entre
blanco y rosa lo cubría. Visualmente destacaba puesto que el entorno era
verde, en su mayoría.
Era
curioso observar como si el aire frío y del norte golpeaba fuertemente
sus flores, éstas ni se se inmutaban, no se movían, pero si era algo
cálido o del sur aunque fuera una ligera brisa, inmediatamente se
desprendían de sus ramas con mucha facilidad como si la temperatura del
aire más que la fuerza tuviesen que ver en la resistencia de las mismas.
También
recuerdo ver a veces una fina capa de ellas sobre el agua del estanque
que había al lado. Un estanque en el que se almacenaba tan apreciado
elemento y con el que se regaba la huerta que lo colindaba.
Ambos y juntos, creaban la escena perfecta para inmortalizar en una postal. Merecía la pena verlo.
Pero
había un dato muy curioso y es que aquel ciruelo nunca daba ciruelas. A
pesar de tener muchas flores como presagio de muchos frutos, de tener
un porte saludable, sin hongos o pulgones que le afectaran, ninguna
ciruela colgó nunca de sus ramas.
Se
esperó durante muchos años algún resultado tras tantas flores y sino
pensábamos que el siguiente año sería diferente. Pero no era así, sólo
crecían su tronco y sus ramas, siendo cada vez más grande y visible.
Y pasaron los años.
Había
hasta debates en mi familia sobre este asunto. Nunca se supo el motivo
por el que sus brotes no germinaban nunca en ciruelas. Tras ellas, sólo
hojas y ramas, nada más.
Mi
madre se conformaba con tenerlo allí y disfrutar de lo bonito que se
ponía aunque sólo fuera una vez al año. No le importaba que no diera
ciruelas, le bastaba con admirarlo. Además siempre las podría comer de
otro frutal.
Sin
embargo mi hermano lo venía de otra forma, puesto que pensaba que sus
raíces dañarían al estanque que tenía al lado. Agrietaría por su culpa
sus paredes haciendo después que por ahí se filtrara el agua que debía
almacenar.
Se planteó durante mucho tiempo, el hecho de si se debía o no cortar aquel ciruelo.
¿Dejarlo allí y disfrutar de él aunque no diera frutos? o ¿cortarlo para evitar daños en el estanque que tenía al lado?
Tras un tiempo, me trasladé a vivir fuera. Olvidándome casi del tema.
Un
día, regresé para pasar unos días con mis padres, y me di cuenta que
había algo diferente en el entorno de aquel huerto. Como si algo hubiese
cambiado y no supiese lo qué era. Observé detenidamente y vi el
estanque. Fue cuando advertí que el ciruelo ya no estaba a su lado.
Había
sido cortado y quedaba sólo su tronco, ya seco, asomando de la tierra.
Dónde antes había sombra ahora el sol daba de lleno. Estaba todo
cubierto de hierba y matojos salvajes.
Y
sentí mucha rabia al ver aquello. Porque cuesta entender como lo
práctico en muchas ocasiones se antepone a lo estético. Y más rabia aún
sabiendo que el estanque nunca mostró pruebas de sufrir ninguna fisura
por culpa de aquel aparente inútil y poco productivo ciruelo.
No
haber cumplido con su impuesta labor fue lo que le condenó, a pesar de
ser el único que daba color a un huerto, que encima en estos días está
casi abandonado.Lo bonito de nada sirve sino crece en el entorno adecuado.
El antes y el después:
Ahora está mucho mejor. Limpio y en producción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario